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La vacunación permite protegernos de manera sencilla, eficaz y sin riesgos frente a enfermedades antes de contactar con ellas. Las vacunas activan las defensas naturales del organismo para defenderse frente a infecciones específicas, y mejoran nuestra inmunidad produciendo anticuerpos. La producción de estos anticuerpos sin exponerse a la enfermedad (como cuando enfermamos) se consigue con virus o bacterias muertas o inactivadas, por lo que no tienen capacidad de generar la enfermedad frente a la que nos vamos a vacunar.

La vacunación es un proceso en el que mediante una inyección, generalmente, se administran los componentes de un patógeno (virus o bacteria). También pueden ser administrados de manera oral o nasal, pero lo más común es recibirlos mediante una inyección subcutánea o intramuscular.

En la actualidad disponemos de vacunas para protegernos contra al menos 20 enfermedades, entre ellas la difteria, el tétanos, la tos ferina, la gripe y el sarampión. Con la vacunación no sólo nos protegemos nosotros mismos, sino también a quienes nos rodean, ya que reducimos la propagación de otras enfermedades como la enfermedad respiratoria producida por el coronavirus o la gripe estacional común.

¿Qué contiene una vacuna?

Todos los componentes de las vacunas son importantes para garantizar su inocuidad y eficacia. Repasemos lo que contienen:

  • El antígeno: parte del microorganismo que se inyecta, pero muerto o inactivado. No causa enfermedad pero permite reconocerlo a nuestro organismo para luchar contra él.
  • Adyuvantes: ayudan a incrementar la respuesta inmunitaria facilitando la acción de las vacunas.
  • Conservantes: garantizan que la vacuna mantiene su eficacia.
  • Estabilizantes: protegen la vacuna durante su transporte y almacenamiento.

Todos estos componentes figuran en la etiqueta de las vacunas.

Pero, ¿cómo actúan las vacunas?

Las vacunas activan las defensas naturales del organismo, reduciendo el riesgo de contraer enfermedades al desencadenar una respuesta del sistema inmunitario. El proceso de vacunación permite:

.- reconocer al microbio invasor (por ejemplo, un virus o una bacteria).

.- generar anticuerpos o  proteínas para luchar contra las enfermedades.

.- recordar la enfermedad y el modo de combatirla por si hay una exposición al germen en el futuro.

Con estos mecanismos, si en el futuro nos vemos expuestos al microbio contra el que protege la vacuna, nuestro sistema inmunitario podrá destruirlo rápidamente por lo que supone una inteligente y segura manera de inducir una respuesta inmunitaria sin causar enfermedades.

Después de administrar una o más dosis de una vacuna contra una enfermedad concreta, nuestro sistema inmunitario puede reaccionar. Así quedamos protegidos contra ella durante un tiempo variable: un año, varios años o incluso para toda la vida. Por eso las vacunas son tan eficaces: en vez de tratar una enfermedad cuando esta aparece, evitan que enfermemos.

¿Cómo protegen las vacunas a las personas y las comunidades?

En el proceso posterior a la vacunación, el sistema inmunitario reconoce virus o bacterias al cabo de un tiempo, por lo que al contactar se desencadena una rápida reacción de destrucción evitando la enfermedad. Este proceso de lucha depende de factores de inflamación que pueden ocasionar cansancio, malestar inespecífico en forma de dolor de cabeza, dolores musculares y articulares, e incluso unas décimas de fiebre en las primeras 24 horas tras su administración. Se trata de una reacción pseudogripal común tras su aplicación y que no supone padecer la enfermedad sino una consecuencia de la reacción normal del organismo.


Cuando alguien se vacuna contra la gripe y en esos días sufre la enfermedad, es porque estaba incubando el virus, pero no es como consecuencia de la vacuna.


 

Cuando una persona se vacuna contra una enfermedad su riesgo de infección se reduce, así como la probabilidad de que la transmita a otras personas. Cuantas más personas de una comunidad se vacunen menos personas serán vulnerables, y menores las probabilidades de transmisión del agente patógeno entre personas. La reducción de las probabilidades de circulación de un agente patógeno en la comunidad protege a todos, y es lo que se conoce como “inmunidad colectiva”.


La inmunidad colectiva se consigue cuando un alto porcentaje de la población está vacunada.


Esto disminuye la propagación de enfermedades infecciosas, porque hay menos personas que se puedan contagiar. Pero para que sea eficaz esta medida, la vacunación debe alcanzar a la mayoría de la población, y debe ser sobre gérmenes fácilmente transmisibles por los humanos.

¿Por qué debo vacunarme?

Si no nos vacunamos, corremos el riesgo de contraer enfermedades graves como el sarampión, la meningitis, la neumonía, el tétanos o la poliomielitis. Así se evitan complicaciones discapacitantes y mortales que según cálculos de la Organización Mundial de la Salud pueden alcanzar a tres millones de personas cada año.

Aunque algunas enfermedades son actualmente poco frecuentes, los patógenos que las causan continúan circulando en todo el mundo o en partes de él, ya que las enfermedades infecciosas atraviesan fronteras fácilmente e infectan a las personas que no están protegidas. Por eso debes vacunarte.

¿Qué enfermedades previenen las vacunas?

Las vacunas protegen contra muchas enfermedades, entre ellas:

  • el cáncer cervicouterino
  • la difteria
  • la hepatitis B
  • la gripe
  • el sarampión
  • la meningitis
  • las paperas
  • la tosferina
  • la neumonía
  • la poliomielitis
  • la rabia
  • las infecciones por rotavirus
  • la rubéola
  • el tétanos
  • la fiebre tifoidea
  • la varicela
  • la fiebre amarilla

Actualmente se siguen desarrollando otras vacunas, y algunas de ellas ya se administran experimentalmente, como contra el Ébola o el paludismo, que no están disponibles en todo el mundo.

Algunas solo es necesario administrarlas antes de viajar a determinados países, en zonas de riesgo o cuando una persona puede infectarse por motivos laborales. Su médico de familia puede informarle u orientarle sobre la necesidad de su administración y ponerlo en contacto con los servicios de Medicina Preventiva o Tropical de referencia.

 

¿Por qué debo vacunarme contra la gripe estacional?

La gripe es una enfermedad que cada año mata entre 300 000 y 650 000 personas en todo el mundo. Hay grupos que corren más riesgo de sufrir síntomas graves y morir: las embarazadas, los ancianos y las personas que presentan enfermedades crónicas como el asma, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, enfermedades inmunosupresoras y determinadas cardiopatías como la insuficiencia cardiaca o la fibrilación auricular.

En el caso de la vacunación contra la gripe estacional, debemos saber que proporciona inmunidad contra las tres cepas más prevalentes que circulan cada temporada. Reduce las posibilidades de presentar una gripe con graves consecuencias y además de contagiarla a otras personas. Pero debemos entender que cada año se elabora en base a la previsión del virus circulante al año siguiente tomando como referencia el que circula en la zona austral o del hemisferio sur.

Las vacunas nos protegen durante toda la vida y en diferentes edades, desde el nacimiento hasta la edad infantil, durante la adolescencia y la edad adulta. Todas ellas se registran en los sistemas de información sanitario, historia clínica o en las cartillas de vacunación. Esto nos sirve para recordar las dosis de refuerzo o recuerdo al cabo de unos meses o años (como sucede con la de la neumonía o el tétanos).

Es recomendable asegurarnos de estar al día con la vacunación, ya que retrasar este momento nos hace correr el riesgo de enfermar gravemente si es demasiado tarde para que la vacuna actúe y se administren todas las dosis recomendadas para protegernos.

 

Nunca es demasiado tarde para vacunarse, y en el caso de recién nacidos y niños pequeños deben seguirse las instrucciones de las autoridades sanitarias y de su pediatra, ya que el sistema inmune no está tan desarrollado y precisan protección cuanto antes evitando enfermedades en un ambiente tan repleto de gérmenes como el que nos rodea.

La vacunación es inocua y, aunque pueda producir efectos secundarios, como dolor en el brazo o fiebre baja, suelen ser muy leves y temporales. Los efectos secundarios graves son sumamente raros, y para nuestra tranquilidad debemos saber que todas las vacunas autorizadas son sometidas a pruebas rigurosas a lo largo de las distintas fases de los ensayos clínicos. Incluso siguen siendo evaluadas con regularidad tras su comercialización buscando indicios de que causen efectos adversos.

Es mucho más probable padecer lesiones graves por una enfermedad prevenible mediante vacunación que por una vacuna. Por ejemplo, el tétanos puede ocasionar dolores muy intensos, espasmos musculares (por ejemplo, de músculos que se utilizan para masticar) y coágulos sanguíneos, mientras que sarampión puede inflamar el encéfalo (encefalitis) y causar ceguera. Muchas enfermedades prevenibles mediante vacunación nos pueden matar. Los beneficios de la vacunación superan con creces los riesgos a los que exponen, y sin vacunas habría muchos más casos de enfermedades y muertes.

¿Hay un vínculo entre las vacunas y el autismo?

No existen pruebas que demuestren vínculo alguno entre las vacunas y el autismo, aspecto comprobado en numerosos estudios que han incluido a un número muy alto de individuos.


 

En 1998 se publicó un estudio que sembró dudas sobre la posible relación entre una vacuna triple (contra el sarampión, las paperas y la rubeola) y el autismo. Sin embargo, posteriormente se comprobó que el estudio presentaba numerosas deficiencias y era fraudulento. La revista que lo había publicado lo eliminó y a su autor se le retiró la licencia para ejercer la medicina. Por desgracia, este artículo asustó a algunas personas y las tasas de inmunización contra algunas enfermedades cayeron en determinados países, con la consiguiente aparición de brotes.

doctores

 

Es responsabilidad de todos difundir solamente información científica fiable acerca de las vacunas y de las enfermedades que previenen. Por tu bien, ¡¡vacúnate¡¡.