Inculcar hábitos saludables es muy complejo y se ve influido por multitud de aspectos (sociales, educacionales, económicos, sanitarios,…). La educación sanitaria es una tarea que depende de muchos actores. Pero es indudable que el papel de los padres es la piedra angular. También influyen los medios de comunicación y los famosos, que con sus hábitos son un fiel espejo en el que quieren reflejarse los niños y jóvenes principalmente.
Los patrones de actividad física de los padres son imitados por los hijos, por lo que en las familias menos activas hay mayor riesgo de desarrollar patrones de inactividad física. Además, este patrón es más fácilmente reproducible que el de actividad. Si un niño ve a sus padres con un estilo de vida sedentario, lo aceptará mejor y lo repetirá más que la actividad que pueda ver un niño en sus padres activos. Es decir, el sedentarismo es “contagioso”.
La influencia de los padres es mayor en los primeros años de vida, sobretodo entre los 3 y los 6 años, y se mantiene en la adolescencia. Esta influencia en el estilo de vida es mayor entre madres e hijas y entre padres e hijos. Es decir, las niñas se fijan más en el estilo de vida de sus madres, mientras que los hijos se fijan más en el estilo de vida de sus padres.
¿Cómo podemos influir en un estilo de vida activo?
Para evitar el sedentarismo, existen varias actitudes que pueden favorecer un estilo de vida activo. Veamos algunos factores que influyen en la motivación:
.– compartir actividades todos los miembros de la familia participando en actividades deportivas o de aventuras en grupo, o compartiendo caminatas o juegos de equipo.
.- la facilidad de acceso a equipamientos y el desplazamiento a áreas de juego y deporte son factores que refuerzan los patrones de vida activos en los hijos.
.- mostrar interés por parte de los padres en llevar una vida activa.
.- evitar en la familia la priorización de actividades sedentarias en el tiempo extraescolar.
.- tampoco favorece tener un estilo de vida activo si existe una exigencia de éxito en los deportes, ya que puede ocasionar situaciones frecuentes que limiten las oportunidades de vida activa de los hijos al no alcanzar las expectativas marcadas.
¿Cómo podemos influir en una alimentación saludable?
Como sucede con la vida activa, en el caso de la alimentación saludable, es entre los 3 y los 6 años cuando los modelos culturales paternos influyen de manera decisiva en sus hábitos alimentarios. Por ejemplo, el desayuno saludable de los niños depende de que también lo tomen sus padres.
Aunque los padres conocen las recomendaciones sobre reducir la energía ingerida reduciendo las calorías de la dieta mediante una baja ingesta de grasa y azúcares, no siempre se transmiten a los hijos.
Una buena idea es reducir el tamaño de las raciones, siempre dentro de una alimentación rica y equilibrada necesaria para la adecuada alimentación del niño. Lo que deben tomar es una dieta saludable.
No conviene que los niños reciban una dieta obesogénica, rica en comidas precocinadas y bebidas azucaradas. Si a esto se une el hecho de que hacen poco ejercicio y ven mucho la televisión, podemos estar juntando las condiciones idóneas para tener un niño obeso que con una alta probabilidad será un adulto obeso. Existen unos factores de riesgo de obesidad infantil que ya hemos comentado en otras ocasiones.
La conducta de los padres respecto a la alimentación influye en este estilo de vida, y así habrá mayor riesgo de obesidad si se asocia con una conducta autoritaria, y será menor con una autoridad responsable (se respetan las opiniones al inicio, pero se mantienen los límites claros de lo que es saludable o no).
El efecto obesogénico del hogar también está mediado por el modelo de participación de los hijos en las tareas domésticas, en juegos, en los recados,… de modo que los que no se implican en estas actividades desarrollan menos actividad física.
La obesidad entre los niños y adolescentes se ha multiplicado por diez en los últimos 40 años según la Organización Mundial de la Salud. De ahí que distintas iniciativas gubernamentales se hayan puesto en marcha a nivel mundial. Por ejemplo, en España la Estrategia Naos pretende reducir la prevalencia tan elevada en la población en general, y en la población infantil en particular.
En los niños más pequeños la mayoría del tiempo dedicado a la actividad física es ligera y no estructurada, siendo la casa uno de los lugares más importantes. A partir de los 9-10 años, y más en la adolescencia, existe un descenso de actividad física relacionado con la falta de compromiso e implicación por parte de los padres.
Las desigualdades educacionales y económicas tienen que ver con la prevalencia de obesidad, siendo mayor cuanto menor es la educación y el nivel económico. El bajo nivel económico también se relaciona con el menor consumo de vegetales y frutas frescas, carne magra y pescado, que son alimentos caros y con menos energía, priorizando el consumo de alimentos densos en energía y poco costosos.
La alta densidad energética y el agradable sabor de grasas y azúcares se asocian con una mayor ingesta de energía y un mayor consumo asociado a la inactividad. Parte de este incremento en el consumo de energía en los niños se debe al efecto de la publicidad en televisión tanto de alimentos sólidos como líquidos.
Las empresas de alimentos y bebidas son las que realizan más anuncios en televisión, y de los productos anunciados, la gran mayoría de los vistos por niños tienen alto contenido en grasa, azúcar y/o sodio. Protegerlos es tu responsabilidad.