En estos tiempos de pandemia por el covid-19, y en honor a uno de los descubridores del Virus de Inmunodeficiencia Adquirida (VIH), vamos a hacer unas reflexiones. Reflexiones sobre las diferencias o similitudes con lo que ocurrió hace 40 años al irrumpir en el panorama mundial una nueva enfermedad nunca antes conocida: el SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida).
El virólogo francés Luc Montagnier falleció a primeros de febrero de 2022 en París. Como tantos otros Premios Nobel, el Dr Montagnier fue merecedor del Premio Nobel de Medicina en 2008 por sus aportaciones al tratamiento con fármacos antiretrovirales y a la creación de tests diagnósticos tras aislar el VIH causante del SIDA. Esto permitió en el futuro conseguir el manejo de los pacientes afectados como si de una enfermedad crónica se tratara.
Allá por los años 1980-1981, la gente joven aparentemente saludable presentaba en ocasiones algunos síntomas muy poco comunes para su estado físico: ceguera, neumonía, lesiones en la piel, incluso demencia; de los que se desconocía cuál era la causa.
Alrededor del año 1983-1984 empezaron a aparecer algunos tests de sangre para el diagnóstico y screening de la sangre de pacientes donantes, pues parecía existir cierta relación entre esta enfermedad y alguna necesidad de precisar transfusiones de sangre.
Los pacientes que precisaban derivados sanguíneos en trasplantes, intervenciones quirúrgicas o en transfusiones sanguíneas solían ser los que más presentaban esta nueva enfermedad. Tampoco se salvaban personas que se administraban drogas por vía parenteral. La Organización Mundial de la Salud establecía esta enfermedad como una prioridad mundial.
Al cabo de unos años, se consiguió secuenciar el genoma del virus causante (el Virus de Inmunodeficiencia Adquirida o VIH), y se empezó a comprender cómo el sistema inmunológico actuaba cuando estaba afectado por este virus. También se valoró cómo progresaba la enfermedad, y a partir de ahí aparecieron algunos tratamientos.
La esperanza de vida de los jóvenes enfermos alrededor de los años 80 no sobrepasaba los 2 años. Posteriormente esta esperanza se fue incrementando hasta convertirla en la actualidad en una enfermedad cronificada.
Se calcula que fallecieron unas 700.000 personas en los primeros años, pero una de las reflexiones más importantes es que se pudieron conseguir tratamientos y estrategias de prevención adecuadas para frenar su avance.
Posteriormente se luchó para mejorarlas y conseguir llegar a las comunidades más vulnerables para conseguir una igualdad en la educación sanitaria que permitiera disminuir la evolución de aquella pandemia.
Otras reflexiones en este paralelismo entre ambas enfermedades es que también hubo en aquella época determinados grupos que luchaban para reconocer y fomentar la investigación, y otros grupos negacionistas o de desinformación en torno a la enfermedad y sus causas.
Las intervenciones alcanzaron de manera muy lenta a las poblaciones más vulnerables y se establecieron prioridades de investigación.
Los 40 años del SIDA han tenido sus luces y sus sombras. Al principio los equipos sanitarios se sentían frustrados por la evolución de la pandemia y los médicos tenían poco que ofrecer a sus pacientes. Pero pronto la esperanza de nuevos tratamientos antirretrovirales fueron avanzando en la comunidad científica.
A mediados de los años 90 los tratamientos antirretrovirales poco tolerados por los pacientes fueron mejorando sus efectos secundarios hasta conseguir una única pastilla que consiguiera tratar la enfermedad. Ese tratamiento conseguía cortar la evolución del virus hasta hacerlo indetectable, o por lo menos poco transmisible en un porcentaje muy alto de casos.
Hubo problemas en el transporte de la medicación, en su distribución a personas con enfermedades mentales, consumidores de drogas. También hubo problemas de toxicidad y complicaciones por el tratamiento, estigma y discriminación.
Lo que no se consiguió con esta enfermedad fue conseguir una vacuna eficaz, pero toda la evolución desde la prevención al tratamiento tiene una clara similitud con lo que estamos viviendo en relación al Covid-19, y esto es lo que nos permite unas reflexiones al respecto.
El hito que ha supuesto conseguir en tan poco tiempo una vacuna con un alto nivel de eficacia y comprender los beneficios en aspectos muy sencillos de prevención han sido claves en estas primeras etapas de la pandemia por el Covid-19.
Pero aún debemos tener esperanza en conseguir tratamientos eficaces para administrar a pacientes más vulnerables, o con mayor riesgo de complicación cuando se infectan por este virus.
De momento, la estrategia de prevención con vacunas y mascarilla, lavarse las manos y la distancia social han demostrado una alta eficacia sobre todo en comunidades más cerradas como la comunidad escolar o en residencias de mayores entre otros.
El reto futuro será conseguir distribuir las vacunas a toda la población mundial y no solo a los países que pueden costearlo.