¿Cómo debe ser la alimentación en un hospital? Cualquiera de nosotros puede ingresar en un hospital. En cualquier momento y por cualquier causa. Estás cuidado, rodeado de profesionales que velan por tu salud. Si puedes comer es una suerte, ya que a veces esto no es posible por el estado del enfermo. Ahora bien, si puedes comer, y no siendo un lugar idílico para disfrutar de las comidas, la alimentación en el hospital se cuida con esmero y debería seguir unas recomendaciones que vamos a repasar.
Según las últimas publicaciones revisadas en torno al estado nutricional de los pacientes que ingresan en los hospitales en España, se puede concluir que una de cada cuatro personas está en riesgo de desnutrición al inicio del ingreso. Es decir, la precaria situación nutricional con la que ingresan debería ser un aspecto primordial a tener en cuenta durante su estancia.
Esta prevalencia de desnutrición es mayor en personas con enfermedades crónicas, que tienen mayores probabilidades de complicaciones durante la estancia hospitalaria, y de que ésta se alargue. La desnutrición implica peor evolución de las heridas, mayor número de enfermedades o complicaciones relacionadas con el motivo del ingreso, mayores estancias y mayor gasto sanitario.
Pero estos datos no son únicos de nuestro país sino que las estadísticas europeas son similares.
Aunque debemos tener en cuenta que existe mucha variabilidad en el abordaje de la desnutrición en cada hospital, aspecto en el cual depende de la dotación de personal y su localización, no siempre se realiza una valoración de desnutrición al ingreso hospitalario. Varios estudios han investigado los beneficios y la relación coste-efectividad del abordaje terapéutico precoz de esta valoración en pacientes desnutridos, demostrando que reducen de forma significativa la morbilidad y mortalidad asociadas, así como los períodos de estancia hospitalaria.
En principio, los menús están supervisados por especialistas en Nutrición, y además de ser nutritivos son equilibrados y tienen en cuenta las guías de alimentación más actualizadas. Generalmente se establecen dietas estándar: un menú normal, un menú bajo en sal o sin sal, un menú para diabéticos, un menú para personas con restricción proteica, o para personas alérgicas….
Son aspectos que se tienen en cuenta y se establecen de forma genérica pero no personalizada a los gustos y creencias de cada uno.
Es verdad que no sería abordable hacer un menú a la carta en todos los centros hospitalarios, pero el paciente debería poder colaborar más a la hora de elaborar su menú diario, siempre de acuerdo con la propuesta que hace el hospital.
Al tener que evitar condimentos o incluso la sal se limita la palatabilidad de los platos, algo más sencillo de hacer en la cocina de tu hogar.
El tipo de población atendida en los hospitales es muy heterogénea según edad, aspectos culturales y religiosos, patologías atendidas, etc.
Las pautas de alimentación en hospital son muy estrictas y, aunque desde las sociedades científicas se estimula la posibilidad de liberalizar la dieta, es frecuente recibir quejas sobre la comida en los hospitales.
La planificación de dietas de un hospital resulta una tarea laboriosa y difícil porque trata de integrar las recomendaciones alimentarias establecidas para situaciones de salud y de enfermedad en el ámbito de la restauración colectiva.
En general, hay menús para grupos de edad infantil y adultos, así como adaptadas a las necesidades de cada uno como puede ser en la disfagia o problemas en la deglución. Hay dietas normales, de textura blanda o fácil masticación, dietas trituradas para personas con disfagia. También se tiene en cuenta las alergias e intolerancias, pero siempre de manera genérica por grupos, no personalizada, que en centros con un gran volumen de pacientes sería inviable o al menos sumamente complejo. La clasificación en dietas para hipertensos y diabéticos, bajas en grasas o con restricción de proteínas son las más habituales.
Dentro de la disponibilidad del menú de cada centro hospitalario se escoge la petición de cada paciente, y en general se adecúan a las recomendaciones que las Guías de la alimentación ofrecen para la población.
Hay que tener en cuenta que las personas ingresadas tiene unos requerimientos energéticos adaptados a su situación funcional y de enfermedad actual: están con tratamientos muy variados durante el ingreso, tienen suplementos de sueroterapia diaria, están en un entorno desconocido, con malestar físico y psíquico por su ingreso,… Es decir, aunque el contexto no es el ideal para una óptima alimentación, esto no debe ser excusa para no ofrecer una variedad de alimentos saludables en cantidad y calidad.
Otro aspecto fundamental a considerar debería ser el tamaño de las raciones que se ofrecen, y que deberían adecuarse a cada persona, si bien son cinco comidas las que se ofrecen al día en consonancia con las recomendaciones.
En casos de ingestas insuficientes, el personal del centro debidamente cualificado deberá valorar las causas y registrarlo de forma sistemática para tomar las decisiones oportunas. En estos casos, se deberán individualizar, adaptar y enriquecer o suplementar las comidas con suplementos nutricionales, si es necesario, para que cubran los requerimientos del paciente.
Entre todos los grupos de alimentos los cereales, pastas, arroces y harinas con las que se elaboran las comidas deberían ser integrales en la elaboración de una buena alimentación en el hospital.
Consumir las cinco piezas de fruta y/o verdura diarias recomendadas es más sencillo de realizar en el hospital porque se realizan al menos cuatro comidas diarias, con fruta en cualquiera de ellas (pero siempre naturales, no en almíbar).
El huevo o el pescado debe estar presente en los menús diarios, combinando con hortalizas, legumbres o verduras.
Las dos o tres raciones de lácteos diarios son un objetivo alcanzable en la alimentación del hospital porque permite distribuirlos en las comidas diarias.
La carne es un alimento que aporta vitaminas, minerales, proteínas de alto valor biológico y grasas. Puede ser cocinada de muy diversas formas: a la plancha, cocida, al horno o guisada, presentándose con verduras, patatas o legumbres. Debe evitarse su preparación en fritos o empanados por su alto contenido en grasas y aporte calórico.
Las carnes procesadas contienen sales y conservantes que deben limitarse en la dieta hospitalaria. La preparación de estos productos debe ser manual en la propia cocina, si es posible, con piezas de carne que se piquen posteriormente. Los platos con carne deben acompañarse de legumbres, verduras, hortalizas para que sean saludables y ricos en todos los nutrientes.
De manera orientativa, la guía recientemente publicada sobre alimentación saludable para colectivos ciudadanos y Atención Primaria recomienda raciones de carne de unos 125-150 gramos que deben consumirse alternando con pescados, huevos o legumbre en una cantidad de una a tres raciones diarias.
Las carnes deberán ser preferiblemente magras sin grasa visibles. Las carnes blancas como la del pollo o el conejo, presentan cantidades de grasas similares a las de ciertas partes del cerdo como el solomillo o el lomo. Incluso la carne de vacuno según la pieza de corte puede aportar más o menos grasas. Esta combinación de carnes permite elaborar platos cada vez más saludables, creativos y aceptados por el enfermo hospitalizado.
Y no olvidemos que en los desayunos no son recomendables las confituras de mermeladas o frutas, ni las mantequillas. Un buen desayuno con fruta, cereales integrales en forma de rebanadas de pan y lácteos es la mejor opción.