El tratamiento farmacológico para la obesidad no se aplica a cualquier persona con un peso mayor al deseable, a pesar de que se relaciona con numerosas enfermedades cardiovasculares. Su ausencia de financiación pública es un aspecto relevante para limitar su administración. Pero conviene conocer que existe la posibilidad de iniciar el uso de fármacos en determinadas situaciones.
La valoración de la obesidad y el sobrepeso se realiza conociendo el peso y la talla de la persona. El peso medido en kilos y la talla en metros. Para calcular el Índice de Masa Corporal o IMC dividimos el peso por el cuadrado de la talla y así obtenemos un valor que debería ser óptimo entre 18 y 25, según la escala de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Esta valoración se realiza no solo en la edad adulta sino también en la adolescencia. En menores de 14 años, la obesidad infantil tiene menor aplicación porque se siguen curvas de crecimiento de la altura y el peso. Aunque las complicaciones posteriores en edad adulta son conocidas e importantes.
Los fármacos para la obesidad deben indicarse en personas con un IMC de al menos 30. Se acepta que sea mayor de 27 si asocia comorbilidades como enfermedad cardiaca o pulmonar crónica, diabetes tipo 2, etc..
Ese IMC de 30 será siempre que no haya conseguido disminuir al menos un 5% del peso tras seguir durante 3-6 meses un programa estructurado de cambio en el estilo de vida. Es decir, cambios en la dieta y el ejercicio físico.
También es verdad que el fármaco se recomienda suspenderlo si no se alcanza una pérdida de peso del 5% tras 12-16 semanas de tratamiento o aparecen efectos secundarios que recomiendan su suspensión.
Entre los fármacos existentes, los más recomendados son el Orlistat, la combinación Bupropion-Naltrexona y la Liraglutida 3 mg.
Veamos los fármacos para la obesidad.
Entre los fármacos para la obesidad que se manejan en nuestro país, destacan:
1.- Orlistat: cuya acción consiste en inhibir la absorción de grasas de la dieta, inhibiendo la acción de las lipasas gástrica y pancreática.
Por eso provoca flatulencias, heces grasientas y aumento de las deposiciones como principal efecto secundario. Debe prescribirse con precaución en personas con síndrome de malabsorción intestinal, déficit de vitaminas liposolubles, colestasis, embarazadas o durante la lactancia.
2.- La combinación Bupropion-Naltrexona permite que el Bupropion inhiba la recaptación de dopamina y noradrenalina, sustancias que regulan el apetito. Y asocia Naltrexona para bloquear otras sustancias que evitan la acción anorexígena del bupropion.
Como efectos secundarios principales destacan náuseas y vómitos, sequedad de boca y estreñimiento. También ocasiona hipoglucemias. Está más indicado en personas con tendencia al picoteo o atracones contraindicando su uso en embarazadas o durante la lactancia.
3.- La Liraglutida es un análogo de una sustancia que se libera en las células intestinales tras ingerir alimentos. Ejerce su acción anorexígena actuando a nivel hipotalámico y enlenteciendo el vaciado gástrico, lo cual ocasiona sensación de plenitud y saciedad tras la ingesta.
Este fármaco consigue disminuir la evolución de prediabetes a diabetes, mejorando varios parámetros cardiovasculares como la tensión arterial, la dislipemia aterogénica, la proteína C reactiva, la resistencia a la insulina o la glucemia, lo cual reduce el riesgo cardiovascular.
Sus principales efectos secundarios son las náuseas y los vómitos, el estreñimiento o incluso diarrea aunque suelen ser transitorios. No se recomienda en pacientes con antecedentes de cáncer medular de tiroides, enfermedad renal o hepática avanzada, embarazo o lactancia. Y debe emplearse con precaución en personas con litiasis o piedras biliares (colelitiasis), pancreatitis o enfermedad inflamatoria intestinal.
En un estudio comparativo en personas obesas y diabéticas la reducción del peso fue del 4% con Orlistat, 5% con Bupropion-Naltrexona y del 8% con Liraglutida.
Y si los fármacos para la obesidad no funcionan: ¿cuándo estaría indicada la cirugía bariátrica?
La cirugía bariátrica está indicada en pacientes de 18 a 60 años con un IMC de al menos 40 kg/m2 o bien IMC de al menos 35 kg/m2 pero que asocian comorbilidades. Fuera de estos límites la indicación debe ser individualizada. Por ejemplo, en obesidad y diabetes tipo 2 con mal control metabólico a pesar de tratamiento médico y con comorbilidades graves, puede plantearse la cirugía si el IMC está incluso entre 30 y 35 kg/m2, lo que se denomina cirugía metabólica.
Aunque la elección dependerá del patrón alimentario, la edad, el IMC, las comorbilidades asociadas y el riesgo quirúrgico, las técnicas quirúrgicas más empleadas son la gastrectomía vertical (tubular o “en manga”), el bypass gástrico y las derivaciones biliopancreáticas.
Como consecuencia de estas técnicas es habitual que presenten ferropenia y déficit de vitamina B 12 en el bypass gástrico, y déficit de vitaminas liposolubles en las derivaciones biliopancreáticas.
Generalmente la vía de abordaje se realiza mediante laparoscopia por su menor tasa de infecciones quirúrgicas, menor dolor postoperatorio y recuperación precoz con estancias hospitalarias más cortas. Además se producen menos adherencias postquirúrgicas y cuadros de obstrucción intestinal.
Así pues, si con una adecuada alimentación y un buen plan de ejercicio físico no consigues reducir peso, aún puedes tomar un fármaco antiobesidad o incluso valorar cirugía.