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La escuela es un área crítica de aprendizaje de estilos de vida saludables en niños y adolescentes. En el ambiente obesogénico en que vivimos, los niños son los más vulnerables y su responsabilidad es muy limitada. A quien corresponde tomar medidas en la prevención es a las familias, la escuela, la comunidad, la sociedad, la industria, la publicidad y a los poderes públicos, instando a todos ellos a modular su influencia por su capacidad para mantener o promover dicho ambiente.

Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), la escuela es un área primordial en el desarrollo de hábitos saludables y para la realización de programas de prevención e intervención sobre la obesidad y sus comorbilidades. La escuela es un área estratégica para la educación para la salud y para promover cambios conductuales y sociales saludables, promocionando estilos de vida activos o educación nutricional.

¿Por qué la escuela puede promover la salud?

La escuela puede ser considerada como un elemento de promoción de la salud porque:

aulas coronavirus

  • Ofrece la posibilidad de seguimiento desde su inicio a los 3 años hasta los 16 años de manera obligatoria (ocasionalmente hasta los 18 años).
  • Las posibilidades educativas para la salud son múltiples a lo largo de las distintas etapas de crecimiento, maduración y desarrollo.
  • La mayoría de los programas de intervención en la escuela, para la prevención o descenso de prevalencia de la obesidad, han conseguido cambios favorecedores en los hábitos saludables, dietéticos y en los patrones de actividad física. Así, por ejemplo, pueden aprender a perder peso de manera segura.

A pesar de lo anteriormente comentado, la variabilidad de los resultados indican que son necesarias nuevas estrategias y mejores marcadores basados en cambios de conducta para hacer más eficaz la intervención. De esta manera se puede conseguir que con motivo de la pandemia por Covid-19, las aulas puedan ser seguras en tiempos de Covid.

¿Cómo puede la escuela mejorar su labor de educadora en salud?

La escuela puede mejorar su labor educativa en temas de salud, y por estas razones debería:

obesidad

  • Contribuir a generar una actitud crítica frente a modas y modelos estereotipados de la sociedad que puedan afectar a la conducta saludable, y por ejemplo, conocer los factores de riesgo de la obesidad infantil.
  • Establecer un “índice de salud escolar” para la autovaloración de cada escuela. Este será un indicador indispensable de valoración de su estado actual de salud, y un elemento importante para establecer estrategias que permitan mejorar en caso necesario, así como para seguir su cumplimiento y eficacia.
  • Estimular la realización de actividad física incrementando las oportunidades para los juegos y actividades no competitivas, así como para la educación física y deportes. La prioridad no deben ser las minorías mejor dotadas para competir sino el derecho de todos a ser activos.
  • Asegurar que cada niño practique como mínimo 30 minutos diarios de actividad física moderada o vigorosa durante el horario escolar, asegurando la actividad física durante los recreos.
  • Ser un espacio abierto a la actividad física o al ocio después de las clases, tanto en días lectivos como festivos.
  • Planificar actividades extraescolares, como organizar excursiones en fines de semana o campamentos de verano, que promuevan hábitos saludables.
  • Facilitar y promocionar el desplazamiento activo como ir en bicicleta o andando a la escuela, implantando rutas seguras escolares con señalización o semáforos, distintivos fosforescentes, acompañados de padres o voluntarios; o promocionar el bus seguro que los deja a cierta distancia del colegio para ir caminando a la escuela.
  • Promover cambios conductuales en el uso de las tecnologías, televisión, etc..

 

La escuela como zona de riesgo.

En ocasiones, la escuela y su entorno se convierten en un área o microambiente de riesgo obesogénico pudiendo convertirse en una clave de la obesidad en la adolescencia.

Al iniciarse la escolarización a edades tempranas, al incorporarse a la guardería, puede aumentar el riesgo de inactividad y alimentación inadecuada. Es llamativo el escaso número de niños que acuden al colegio caminando o en bicicleta, incluso aunque las distancias sean inferiores a un kilómetro. Hay escasas rutas escolares seguras o buses “saludables” que dejan al niño y lo recogen antes de llegar al colegio.

 

Otro hecho importante son las escasas horas dedicadas a la semana  a los juegos, a la educación física y al deporte, tanto en horario escolar como extraescolar. En ocasiones la educación física tiene un predominante papel teórico, y por tanto, es pasivo. En los deportes prima la selección de minorías por su capacidad física, mientras que las mayorías, en especial los obesos y otros niños con enfermedades crónicas tienen muchas menos oportunidades para ser activos, es decir, pocas oportunidades para el juego y los deportes que no sean competitivos.

A todo esto se suma el sedentarismo en los recreos coincidiendo con un consumo frecuente de snacks, fast foods, golosinas y bebidas carbonatadas. Los menús escolares son en ocasiones poco saludables, deficientes en aporte de nutrientes esenciales y grupos de alimentos de alto valor nutricional. Las cafeterías y las máquinas expendedoras de alimentos y bebidas en la escuela  y las tiendas de chucherías y alimentos o cafeterías próximas favorecen el consumo de alimentos y bebidas energéticas de baja calidad nutricional.

El contenido curricular en la escuela sobre hábitos saludables o sobre el beneficio de la nutrición y la actividad física para la salud debería ser una prioridad. En este aspecto se debe ahondar en el efecto negativo del abuso de las tecnologías o de la vida sedentaria,  ya que el desarrollo de ambos es escaso y discontinuo.

También debería mejorar la enseñanza de aspectos organolépticos, placenteros, lúdicos y sociales de la comida, así como de las habilidades para cocinar de forma saludable o conocer el cultivo de los alimentos.