Alrededor del 40% de los pacientes ingresados en hospitales puede alimentarse con las dietas o menús basales de composición normal. En estos menús se cuida adecuadamente la cantidad, composición y distribución calórica y nutritiva. Por lo general, para evitar la desnutrición hospitalaria se programan y diseñan atendiendo a la edad predominante de los pacientes y a sus hábitos alimentarios regionales, y con frecuencia se ofrecen menús opcionales alternativos.
La alimentación, el oxígeno y el agua son aspectos fundamentales a tener en cuenta para programar la asistencia integral de las personas ingresadas. Pero la alimentación de un enfermo ingresado tiene multitud de facetas que no quedan ni mucho menos cubiertas con el montaje de una estructura hotelera para evitar la desnutrición hospitalaria.
Casi el 50% de los pacientes ingresados en hospitales requiere algún cambio cualitativo, cuantitativo o de ritmo de administración de los alimentos a lo largo de su estancia hospitalaria. Si este cambio no se lleva a efecto durante un corto periodo de tiempo, y se prolonga esa adaptación en el tiempo, perjudica al conjunto del organismo y se suma a las complicaciones propias de la enfermedad. En estos casos es preciso recurrir a procedimientos extraordinarios para complementar los aportes con alimentos naturales o artificiales, e incluso mediante técnicas de nutrición artificial.
Para evitar la desnutrición hospitalaria debería considerarse un aspecto más del proceso terapéutico y no solamente una cuestión de hostelería. También se debe fomentar la toma de los alimentos adecuados cualitativa y cuantitativamente en función de los requerimientos del enfermo.
El hospital tiene la obligación de cubrir las necesidades vitales de sus huéspedes y estar preparado para darles el soporte nutricional adecuado y satisfacer sus requerimientos. El cuidador de un paciente debe tener unas nociones para evitar complicaciones relacionadas con la alimentación.
El desarrollo de técnicas quirúrgicas que incluyen intervenciones de alto riesgo, las grandes amputaciones o los transplantes de órganos vitales, etc. incrementan la gravedad y complejidad de la casuística hospitalaria actual y aumentar la prevalencia de la desnutrición hospitalaria.
Las causas de desnutrición hospitalaria son más frecuentes en individuos dependientes, sin autonomía para alimentarse por sí mismos por limitaciones físicas o mentales y que padecen determinadas enfermedades. Los mecanismos por los que la enfermedad conduce a la desnutrición son por la disminución de ingresos, el aumento del consumo y el incremento de las pérdidas.
La desnutrición hospitalaria puede deberse a la pérdida del apetito, debida a causas metabólicas, psicológicas o medicamentosas. También puede deberse a dificultades para comer por problemas en el tubo digestivo, en el tránsito intestinal o por patologías de la orofaringe.
Los impedimentos para la absorción de los alimentos ingeridos pueden deberse al aumento del consumo energético o de nutrientes esenciales abocando a la desnutrición y que tiene lugar en las siguientes circunstancias:
– Procesos de intenso estrés orgánico, como politraumatizados, enfermedades como cáncer, infecciones crónicas o fiebre prolongada.
– Enfermedades metabólicas, alteraciones del tiroides como hipertiroidismo o diabetes mellitus, que alteran el equilibrio metabólico, al igual que en trastornos respiratorios o cardiacos y órganos como hígado, páncreas o riñón.
También puede suceder un incremento de las pérdidas de nutrientes del organismo, con valor calórico, proteico, líquido, de sales o electrolitos. Esto sucede en diarreas, vómitos, pérdidas urinarias, fístulas, úlceras y quemaduras. Todas ellas requerirían el aumento de los ingresos para mantener el equilibrio energético y nutricional en conjunto, pero el proceso se agrava.
Un hospital agrupa a personas especialmente enfermas y que requieren un diagnóstico y/o tratamiento, con vistas a su curación. Pero tanto la enfermedad como la hospitalización en sí, al igual que muchos de los procedimientos diagnósticos y terapéuticos que se utilizan habitualmente en los hospitales, alteran el proceso normal de la alimentación y son causa clara de desnutrición, hasta el punto de que ésta ha merecido recibir un nombre específico: desnutrición hospitalaria.
La desnutrición hospitalaria es una realidad conocida desde los años 70 del siglo XX, en los que entre el 30 y el 55% de los pacientes ingresados en los hospitales sufrían un proceso de desnutrición, lo que fue constatado en varios hospitales de todo el mundo.
El proceso de hospitalización con el cambio de menús, de sistema de cocinado y de horario de las comidas influye en la desnutrición hospitalaria. Pero también la planificación porque no puede abarcar los gustos de todos, además de que es frecuente que se paute una dieta restrictiva que no seguirían. El ingreso en el hospital provoca reacciones depresivas en personas sensibles al aislamiento familiar, y uno de sus síntomas es la pérdida del apetito.
– La enfermedad, elemento común a todas las personas hospitalizadas, implica con muchísima frecuencia pérdida de apetito, dificultad para masticar, tragar o digerir, lo que se conoce como disfagia, y que lleva consigo la intolerancia a determinados alimentos o preparaciones culinarias.
– Las exploraciones que conducen al diagnóstico de la enfermedad (análisis, radiografías, endoscopias, etc.) exigen frecuentemente que el paciente permanezca en ayunas para poder ser realizadas y hacen que el enfermo pierda varias comidas durante su ingreso. Otras muchas veces es la costumbre, la rutina, lo que condiciona el hecho de que el paciente se quede muchos días en ayuno de una o más comidas ante la expectativa de exploraciones que no requieren tal precaución.
– El tratamiento de enfermedades muy graves exige dietas muy restrictivas que hacen imposible una nutrición adecuada, lo que requiere la adopción de medidas especiales para conseguir el equilibrio nutritivo, mediante suplementos específicos, ya sean naturales o artificiales.
– Algunos procedimientos terapéuticos, como la cirugía, son otro motivo de desnutrición al exigir uno o varios días de ayuno, además del aumento catabólico que implican al mantener varios días el uso de sonda nasogástrica para descompresión o retrasar innecesariamente el comienzo de la alimentación en el postoperatorio.
– La radioterapia y quimioterapia y otros medicamentos suelen tener efectos secundarios, como pérdida de apetito, náuseas, vómitos, diarreas o dificultad para absorber los alimentos o determinados nutrientes.
– Pérdidas aumentadas. Vómitos, diarreas, fístulas, hemorragias, linforragias, quemaduras, pérdidas renales anómalas, etc., suponen una pérdida de nutrientes, desde agua y electrólitos hasta energía como grasa o hidratos de carbono y proteínas.
- Gasto elevado. Se da por infecciones agudas o crónicas, cáncer y enfermedades metabólicas. Los traumatismos, intervenciones quirúrgicas y quemaduras incrementan mucho el catabolismo y el gasto energético y de nutrientes, coincidiendo en numerosas ocasiones con la imposibilidad de aumentar los aportes, como sucede en la insuficiencia renal, pancreática o hepática.
Ahora ya se puede entender un poco mejor este aparente contrasentido en el hospital, y que explique unas tasas altas de desnutrición hospitalaria.