Algunos estudios arrojan conclusiones interesantes sobre aspectos de la adolescencia y obesidad. Los cambios en la composición corporal, secreción hormonal, hábitos de vida alimentarios y de actividad física, así como factores psicosociales convierten la adolescencia en un periodo de riesgo de desarrollo de la obesidad y de su mantenimiento durante la vida adulta.
Cambios fisiológicos en la adolescencia.
Los cambios fisiológicos en la adolescencia ocasionan cambios en la secreción hormonal y en la composición corporal grasa. Existe una amplia evidencia científica que establece una correlación negativa entre la edad de menarquia y el riesgo de obesidad, es decir, cuanto antes aparece la menstruación en una niña mayor es el riesgo de desarrollar obesidad.
El National Longitudinal Study of Adolescent Health realizado durante cinco años en Estados Unidos estableció que las niñas que maduran más tempranamente tienen doble riesgo de sobrepeso u obesidad en relación a los que maduran tardíamente.
Así, las niñas que presentaban menarquia antes de los 12 años, al llegar a la edad adulta tenían 10 kg más de peso y un Índice de Masa Corporal (IMC) 4 puntos mayor respecto a los que la presentaron a partir de los 13,5 años. Además, si la menarquia era antes de los 11 años el porcentaje de obesas era de un 15% frente a un 4% en las que la tenían después de los 15 años.
En este estudio, resultó curioso que en los niños se correlacionaba positivamente la edad de maduración con el riesgo de obesidad en edades posteriores.
Sucedía justo lo contrario a las niñas, cuanto más tarde maduraban más riesgo había de obesidad.
El mayor aumento de la masa grasa en las mujeres, en relación a los varones, y una mayor resistencia a la prevención y tratamiento de la obesidad en la niñez, son objetivos para reducir la incidencia de enfermedad cardiovascular en la edad adulta (sobrepeso, dislipemia, hipertensión o resistencia a la insulina).
Hábitos de vida en la adolescencia: televisión y otras tecnologías en el hogar.
Los estilos de vida de niños y jóvenes, así como la resistencia a la insulina causantes de diabetes, pueden ser cofactores naturales de mayor ganancia de peso y riesgo de obesidad en las mujeres durante la adolescencia.
Pero tanto niños como adolescentes presentan una mayor vulnerabilidad a las técnicas psicosociológicas de la publicidad que se consume prioritariamente en casa. El efecto de la publicidad sobre los patrones de consumo alimentario en niños y adolescentes se relaciona tanto con el consumo cuando se está viendo la televisión como el resto del día.
El hogar es el lugar donde suelen concentrarse los aparatos relacionados con las nuevas tecnologías: televisión, videojuegos, ordenadores, internet y telefonía móvil. El nivel socioeconómico es determinante, ya que hay mayor presencia de estas tecnologías en los de mayor nivel. Cuanto mayor es el tiempo dedicado a estas tecnologías, mayor es la tendencia a hábitos alimentarios negativos e inactividad física.
Algunos estudios observacionales han encontrado asociación entre el número de horas viendo la televisión y el grado de adiposidad en la adolescencia y obesidad. Reducir el uso de televisión, ordenador o videojuegos podría ser una medida efectiva a nivel poblacional para reducir la obesidad infanto-juvenil.
Sin embargo, en contraposición, recientes estudios cuestionan dicha asociación y refieren que ver la televisión y el sedentarismo son dos entidades independientemente asociadas a la adiposidad, la obesidad y el riesgo metabólico, de ahí que sugieran estrategias separadas en la prevención del riesgo metabólico.
Estilos de vida asociados a la adolescencia y obesidad.
Los avances socioeconómicos de la sociedad han influido de manera decisiva en los cambios de actitudes, creencias, percepciones y valores en la sociedad y en la familia, así como en la aceptación de nuevos hábitos y modelos de vida que asocian adolescencia y obesidad.
En las sociedades desarrolladas ha habido un cambio de la dieta tradicional a la “dieta occidental”. Esta dieta obesogénica se caracteriza por una gran variedad de alimentos y bebidas manufacturadas con alto contenido energético, ricos en grasas trans y saturadas, azúcares refinados y baja calidad nutricional. Suelen servirse en raciones abundantes, muy agradables al paladar, poco saciantes, de fácil preparación culinaria y consumo, y relativamente económicas.
Los platos precocinados presentan un agradable sabor que facilita su consumo, y generalmente se debe a las grasas trans, a los hidratos de carbono y condimentos asociados que contienen.
La capacidad saciante de los alimentos influye en su ingesta, siendo mínima en las grasas, media en los azúcares y máxima en las proteínas. El mayor consumo de fast-food, dieta densa en energía con un perfil graso saturado e hidratos de carbono con alta carga glucémica, favorece el mayor consumo, la acumulación de grasa corporal y la obesidad.
El consumo de este tipo de dieta está favorecido por la mayor disponibilidad económica actual en la adolescencia, mayor autonomía para seleccionar, comprar y consumir productos, el mayor número de oportunidades para su consumo a lo largo del día y por la influencia del marketing y los medios de comunicación.
La dieta en la adolescencia.
La oferta casi ilimitada de alimentos y bebidas de gran poder energético, de bajo nivel nutricional y su fácil disponibilidad en el hogar, el colegio, los lugares de ocio y deporte o en la calle favorecen su consumo en detrimento de otros alimentos más recomendables.
En la adolescencia, la disponibilidad de dinero, la aceptabilidad social de tomar cualquier alimento o bebida a cualquier hora y en cualquier lugar, o el hecho de comer sin hambre o sin sed y la insuficiente supervisión de los padres sobre los hábitos de consumo de alimentos y bebidas de los hijos son factores ambientales que explican esa “tendencia natural” a la obesidad en esta franja de edad.
Los cambios en los hábitos referidos al consumo de alimentos y bebidas en la adolescencia y que han reducido una dieta saludable han sido:
- descenso del consumo regular del desayuno
- aumento del consumo de alimentos preparados fuera del hogar
- incremento del porcentaje de calorías procedentes de comida rápida y bebidas azucaradas
- descenso del consumo de lácteos, frutas y vegetales
- aumento en el tamaño de las raciones.
Estudios como el EUFIC realizado en varios países europeos, o el GALINUT realizado en Galicia concluyeron que 31% de los niños y adolescentes no desayunan, el 46% no comen y el 37% no cenan en familia los días laborables. Al analizar los lugares donde se adquirían los alimentos, los lugares más frecuentes eran los supermercados, tiendas de chucherías y kioscos.
Numerosas investigaciones han analizado la obesidad infantil y en la adolescencia. Uno de los más conocidos fue el Estudio enKid (realizado en Estados Unidos entre los años 1998 y 2000). Relacionaba el consumo de “fast-food” con la ingesta de energía y la calidad de la dieta en niños y adolescentes entre 4 y 19 años.
Los autores concluyeron que quienes tomaban habitualmente “fast-food” tenían una alimentación menos saludable, con mayor consumo de kilocalorías, mayor consumo de grasas y bebidas azucaradas y menor consumo de leche, frutas y vegetales.
El Growth Health Study realizado por el National Heart Long Blood Institute sobre el consumo de bebidas en adolescentes y el riesgo de obesidad, demostró que entre los 10 y los 19 años el consumo de leche decrece significativamente mientras que el de bebidas azucaradas aumenta.
Para todas las bebidas, el consumo de bebidas azucaradas se asocia con la mayor ingesta de calorías, producen mayor obesidad y reducen la ingesta de calcio.
Otro aspecto importante a tener en cuenta es el del tamaño de las raciones de alimentos y su relación con la ingesta de energía, que también ha aumentado en los últimos años tanto en casa como en el restaurante.
Estilos de vida asociados a los padres.
Los patrones de actividad física de los padres se imitan en los hijos, por lo que en las familias menos activas hay mayor riesgo de desarrollar patrones de inactividad física, y este patrón es más reproducible que el de realizar actividad física.
La influencia de los padres es mayor en los primeros años de vida y se mantiene en la adolescencia, con una mayor asociación por sexo, es decir, entre madres e hijas y entre padres e hijos.
Compartir actividades todos los miembros de la familia, la facilidad de acceso a equipamientos y el desplazamiento a áreas de juego y deporte son factores que refuerzan los patrones de vida activos en los hijos.
Por el contrario, el desinterés de los padres, la priorización de otras actividades sedentarias en el tiempo extraescolar, la exigencia de éxito en los deportes o las dificultades para desplazarlos a lugares de actividad física son situaciones frecuentes que limitan las oportunidades de vida activa de los hijos.
Generalmente, los padres conocen las recomendaciones habituales para reducir la obesidad (limitar el consumo de grasa, azúcares y el tamaño de las raciones, aumentar la actividad física y reducir los periodos de inactividad).
Sin embargo, lo que sucede es lo contrario: los niños reciben una dieta obesogénica, hacen poco ejercicio y ven mucho la televisión.
El efecto obesogénico del hogar también está mediado por el modelo de participación de los hijos en las tareas domésticas, en juegos, en los recados,… de modo que los que no se implican desarrollan menos actividad física.
Condiciones socioeconómicas
La prevalencia de obesidad de la población de un país se incrementa paralelamente con su Producto Interior Bruto. Sin embargo, en los países no desarrollados o en transición los grupos socioeconómicos más privilegiados tienen un mayor riesgo de obesidad.
Por el contrario, en los países desarrollados, son los grupos de nivel socioeconómico más bajo y las minorías las que presentan mayor riesgo, especialmente las mujeres, observando diferencias significativas en el IMC tanto en niños como en adultos.
Las desigualdades educacionales y económicas tienen que ver con la prevalencia de obesidad, siendo mayor cuanto menor es la educación y el nivel económico.
El bajo nivel económico también se relaciona con el menor consumo de vegetales y frutas frescas, carne magra y pescado, que suelen ser alimentos más caros, priorizando el consumo de alimentos densos en energía y poco costosos.
Nivel de actividad física al acudir al colegio.
El camino al colegio es una importante oportunidad para establecer la actividad física diaria como un hábito. Ha sido objeto de programas tanto a nivel nacional como local para promover el transporte activo para acudir al colegio. Caminar para ir al colegio se ha asociado con una mayor actividad física después de salir de la escuela. Es una oportunidad de incrementar la actividad física de los jóvenes de manera informal y espontánea, ya sea promocionando rutinas activas de desplazamiento caminando o en bicicleta.
En distintos estudios se ha observado que los mayores niveles de actividad física diarios se encontraban entre los escolares que se desplazaban de manera activa, por lo que fomentar este aspecto puede ser una buena estrategia para implementar estilos de vida activos en escolares, precisando políticas de salud que fomenten la creación de ambientes saludables y seguros.
Condiciones ambientales y obesidad en la adolescencia.
La desigualdad de oportunidades para realizar ejercicio físico en el área que rodea a la vivienda familiar es un factor que influye en la realización de actividad física y en el riesgo de obesidad en la adolescencia.
En un estudio americano valorando las facilidades para realizar actividad física en un área de 8 km alrededor de la vivienda, se vió que los adolescentes con mayor nivel socioeconómico, mayor seguridad y mayor facilidad de acceso a instalaciones para hacer actividad, realizaban mayor actividad física vigorosa (5 o más sesiones semanales).
Los adolescentes que vivían en áreas con porcentaje elevado de minorías, menos seguras, con bajo nivel educacional y pocas facilidades de acceso realizaban menos actividad física.
Otro condicionante ambiental a tener en cuenta es la estacionalidad y la influencia de la climatología en el nivel de actividad física, pudiendo convertirse en una barrera s. La variación estacional puede influir por condicionar el número diario de horas de luz y la climatología por las condiciones de temperatura, precipitación y humedad.
Sedentarismo en la adolescencia.
El sedentarismo fue reconocido en 2002 por la OMS como causante del 3% de la carga global de enfermedad en los países desarrollados, de más del 20% de enfermedades cardiovasculares y del 10% de los ictus, estimando en casi dos millones de muertes anuales. Estos valores se han incrementado en la actualidad.
La prevalencia de sedentarismo a nivel mundial es difícil de establecer por la disparidad de estudios y metodologías para su cuantificación, pero en una reciente revisión de estudios publicados se estimó en una de cada cinco personas mayores de 15 años, exactamente con una prevalencia del 17,4% siendo mayor en las mujeres.
Los niños son activos por naturaleza, tanto para actividades no estructuradas espontáneas como para la educación física o el deporte de manera más reglada u organizada.
Cualquiera de estas formas de actividad física y en cualquier contexto favorece el equilibrio del balance energético entre ganancia y pérdida de kilocalorías.
El tiempo dedicado a las TIC (tecnologías de la información y comunicación) como televisión, vídeos, videojuegos, juegos en ordenador, internet,…se asocian a sedentarismo y obesidad.
El riesgo de obesidad decrece un 10% por cada hora diaria de actividad física moderada-vigorosa.
El tiempo de visión de la televisión influye en la obesidad, incrementando el riesgo en un 11% si se ve menos de 2 horas al día, y hasta el 32% si se ve más de 5 horas diarias.
Ver la televisión más de 2 horas diarias implica un consumo significativamente mayor de alimentos y bebidas anunciados (bebidas azucaradas, zumos, dulces, snacks y fast-foods).
Tú decides.
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